La situación socioeconómica de una familia también define los roles y la relación entre hermanos; tanto así, que las y los mayores pueden “convertirse en adultos” cuando las madres, los padres y los tutores les delegan el cuidado y protección de sus consanguíneos.

“Hay veces que la familia tiene imposiciones. Por ejemplo, el mayor debe proteger al menor. Y se puede estar condicionando a que algo sea obligado, sea impostado”, señaló a MILENIO el psicólogo, Jesús Ramírez Escobar. “Y hay que reconocerlo: en una realidad como la mexicana, pasa bastante”.

Las familias nucleares se han transformado con el paso de los años. Así lo han presenciado las generaciones “Millenial” y “Z”, quienes crecieron conociendo a tres, cinco o hasta ocho hermanos de sus padres y madres; mientras hoy en día presencian e incluso forman familias con uno, dos o tres descendientes como máximo.

Así lo demuestran cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el cual, para el 2020, registró que las mujeres de entre 15 y 14 años reportaron un promedio de 0.1 descendientes cada una; mientras que la cifra en las de 75 años, o mayores, era de 5.9.

Pero aunque el número de hermanas y hermanos se haya disminuido, algunos de los roles en la dinámica familiar aún sobreviven; entre éstos, aquel que “designa” a la o el mayor como el protector, el “ejemplo a seguir” o el cuidador de sus menores— especialmente, si se trata de hermanas—.

Los hermanos mayores suelen ser los que más conservan las tradiciones y creencias familiares | Cuartoscuro
Los hermanos mayores suelen ser los que más conservan las tradiciones y creencias familiares | Cuartoscuro

Varios son los factores que inciden en cómo será la relación entre hermanos: el género, la edad, su personalidad, el estilo de crianza y hasta el lugar que llegan a ocupar en la familia— es decir, si son los primogénitos, el menor o el de en medio—.

Al respecto, Alfred Adler argumentaba que las comparaciones sociales y las dinámicas de poder familiares jugaban un papel crucial para formar la identidad de cada hijo e hija. De ahí que planteó su Teoría del Orden de Nacimiento, basándose en la idea que los niñas y las niñas aprendían a adaptarse a su posición en la familia; moldeando así su personalidad.

Los primogénitos suelen verse como líderes y se les confiere más responsabilidades que a los más jóvenes. Esto puede llevarlos a desarrollar un sentido de confianza y una necesidad de tener el control”, explica un artículo de la Journal of Indian Psychology, donde se retoma al psicoterapeuta austriaco.

Otro argumento es que suelen recibir la atención más completa de sus padres, así como la transmisión predominante de las creencias y reglas familiares. De esa manera, la hija o el hijo también llega a asumir un rol de docente con los siguientes hermanos.

Sin embargo, adoptar el rol de madre o padre conlleva consecuencias más allá de formar a personas eventualmente perfeccionistas, complacientes o con sentimientos de superioridad frente a otros niños. En palabras de Ramírez Escobar:

“Esto los convierte en un adulto de forma inmediata, por lo que no pueden a veces ni transitar sus infancias o adolescencia por tener que cubrir otras necesidades como ‘sustitutos de los padres’”.

El dato…

Las otras características del hermano mayor…

Además de mayor liderazgo y responsabilidad, Adler identificó que las y los hermanos mayores también podían ser más autosuficientes; presentar una actitud seria; defender las tradiciones y morales de la familia; imitar el comportamiento de sus padres o madres al cuidar a sus menores; cargar con expectativas más altas, y tener más apego a las normas establecidas por ser considerados como un “modelo a seguir”.

Hijos que cuidan hermanos

La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) 2021 arrojó que más de 774 mil niños y niñas menores de cinco años quedaron al cuidado de otros menores de 10 años: 348 mil de los infantes cuidados eran hombres y 426 mil mujeres.

Este fenómeno podría explicarse con el concepto de «parentificación«, acuñado por el psiquiatra Iván Böszörményi-Nagy. O sea, cuando un menor de edad asume el papel de un adulto, a tal punto de sustituir por completo su rol en la familia— aunque no es exclusivo de los primogénitos—.

Por su parte, la doctora Lisa M. Hooper clasifica dos tipos de parentificación: una es la instrumental, donde la niña o el niño se encarga de las labores de casa, cocinar o ayudar a sus hermanos a arreglarse para la escuela. La segunda, de tipo emocional, es cuando hay apoyo expresivo a un miembro parental (mamá o mamá) que se siente imposibilitado para tomar decisiones.

Y si bien la protección de los hermanos mayores hacia los menores se ha normalizado— tanto así que, si las actividades se adecúan a su edad, pueden fortalecer la autoestima, autoconcepto, responsabilidad y la resiliencia—, sobrecargarlos con estas responsabilidades garantizan todo menos una infancia saludable. Por el contrario, la o el menor puede presentar afectaciones en su proceso psicosocial, tales como:

  • Malestar psicológico
  • Afección de las relaciones interpersonales actuales y futuras
  • Angustia
  • Inseguridad emocional
  • Dificultades para la autorregulación

Aunado a ello, convertirse en pseudo cuidador es factor para el distanciamiento familiar (normalmente durante la etapa adolescente), tras desarrollar un rechazo a la responsabilidad que se les confirió por el simple hecho de ser las o los primeros en nacer.

“Cuando crecen, toman distancia. Porque ya no quieren sentir una responsabilidad”, reafirmó Ramírez Escobar a MILENIO. “A veces la distancia es necesaria para el proceso. Porque se necesita diferenciar los gustos propios, las necesidades propias o la identidad. Eso es normal. (…) El problema puede ser buscar o forzar la convivencia”, atajó.

ASG



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